No es casualidad que el fuego convierta en cenizas casi todo lo que toca. La combustión que llevamos dentro es el ingrediente perfecto para encender aún más la llama. Si es así, cada pucho, cada porro, cada cosa que prendemos para consumir, refleja en lo profundo ese amor por el calor, ese deseo por lo que arde. Pero, calor, fuego y ardor no son lo mismo. Representan grados de un mismo discurso, símbolos de una sensación parecida.
Fuego: Es la imagen tele-mesianica del momento. Es el símbolo destructivo por antonomasia. Desde el ave fénix hasta la Moneda (Casa de Gobierno). Desde ese encendedor prendiendo PBC en la población Huamachuco, hasta la llama olímpica que circula. Representa vida y muerte de lo etéreo. Es también lema y elemento venerado, verbo de lo consumido, pues en él termina el esfuerzo de lo producido.
Calor: Sensación. Puente sináptico de lo acontecido. Es el efecto que descompone, físicamente una elevación de energía. En lo interno es el deseo, que sucumbe en las sabanas apocalípticas del verano. Eres tú y yo, recordando esas gloriosas jornadas. Es el secreto del bosque que acoge la cabaña, guardando celosamente su potencial amenaza. Percepción confusa de todo aquello que atrae, diluye, destruye. Elevación corporal. Inflamación de aquello que resiste. Yo mismo, ellos. Todos los seres que dicen estar vivos. Algunos incluso que necesitan gritar en páginas sociales que realmente viven.
Ardor, arder: Síntesis de fuego y calor. Fantasía de Nerón. Imaginario anarquista. Combustión pura creativa. Es aquello en cuyo brillo algunos arrojan sus problemas y otros elevan sus ideales abrazándolo, inmolándose. Pues la llama esta viva, algo la azuza por dentro. Así nos aturdimos, nos empequeñecemos, nos elevamos en presencia de aquello que se consume. Luz merecedora de noche y aterradora de día. Bosque ardiente inútil e innecesario para los pretéritos colonos. Bosque ardiente, útil y necesario para nuestros empresarios. Continue reading Post ID 4867